Nuestra sociedad patriarcal nos enseña que el sexo
sólo es lícito, moralmente aceptable si se ofrece desde el amor; es decir, que
para tener sexo debemos estar enamorados de nuestro amante. Esta es una
connotación cristiana (aunque todas las religiones piensan y enseñan igual) que
ha calado en la sociedad, en lo políticamente correcto, sin amor no hay sexo… Y así se ha desarrollado la vida sexual de
muchos hombres y de la mayoría de las mujeres, negándoles (negándose) la posibilidad
de disfrutar de la libertad del sexo que libera, y obligándolas (obligándose) a
centrar su sexualidad en su vínculo sentimental. Todo lo demás no era (parecía)
correcto. Y esto ha derivado en una forma torticera de entender la sexualidad
femenina (y masculina)
De hecho, muchas mujeres (y hombres) piensan que sin
amor se puede llegar hasta un límite sexual como besos, abrazos, caricias… Pero sin amor no se puede/debe llegar al
coito u otras formas de gozo sexual. Y es cierto que mientras no se tiene
vínculo social sentimental las personas son más permisivas con su sexualidad, y
juegan con quien desean como desean… Estupendo. El problema viene cuando hay un
vínculo o cuando la persona ha vivido bajo una moral más estricta, es entonces
cuando no concibe el sexo sin amor; y de esta manera supedita su sendero vital
sexual, el más importante, a una relación que, en muchas ocasiones, no es
satisfactoria en cuanto al deseo y el placer y el orgasmo, muy al contrario, es
castrante en cuanto a la libertad que ofrece la sexualidad sagrada.
El Amor es una cosa. El Sexo es otra. Desde luego, si
el sexo se comparte con el amor es maravilloso, y el regalo astral que supone
sentirse enamorado, se complementa y expande cósmicamente con el placer sexual
compartido. De hecho, ambas energías
son astrales, no sólo físicas, se dan en todo el Universo y nosotros las
podemos humanizar y sentir, pero ambas forman parte indisolublemente del
sendero espiritual vital del ser humano. Pero dicho esto, no es menos cierto
que las dos energías: amor y sexo, son independientes, caminan por senderos
distintos y ambas nos ayudan a crecer, sanar, vivir en la felicidad; pero no nos
tenemos que obligar a unirlas. Podemos y debemos amar. Podemos y debemos tener
una vida sexual creativa, sanadora, placentera, liberadora. Por eso, la
sexualidad nos libera y cualquier atisbo de esclavitud moral, social, mental,
física o relacional nos impedirá vivir la plenitud de ésta.
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